Dafne I

                       Dafne se encendió su cigarrillo como todos los lunes nada más levantarse mientras preparaba café en la póstuma cafetera de gas que había recibido de su abuela, a la que solían conocer como "la matriarca" por vía materna y a la que todas las mujeres de sangre y raíz López tenían especial veneración. Como todas las mañanas, se miraba en el espejo e intentaba encontrar la esencia física de "la matriarca" en sus diminutos ojos grises, en la perfilada boca de sirena y la nariz aguileña que siempre la acompañaban a la entrada y salida de su soporífero día, pero nada. No encontraba los ojos marrones de enormes y guerreras dimensiones de su abuela, ni los labios carnosos con los que gritaba por las calles de Madrid en las primaveras de los años 50, al igual que tampoco encontraba la nariz delgada y pecosa por la cual "la matriarca" echaba todo el humo que la rabia contenida hacía bullir en su sangre. No obstante, ese lunes por la mañana en el barrio de Lavapiés iba a ser muy diferente para Dafne, pues se dio cuenta mientras buscaba a su abuela en su cetrino rostro que prender el cigarrillo no implicaba tener que fumárselo, ni hacer café tener que bebérselo. Se dio cuenta de que encender la televisión no implicaba tener que tumbarse en el sofá y creerse todo el canturreo que despedían los bafles de su mueble lleno de polvo. Además, porqué no empezarse ese libro de "España de mierda" si el protagonista era del mismo barrio que ella, que su madre, que sus tías y que "la matriarca"."Joder, y cuántas no han sido las veces que han llegado a mis oídos que me llaman <<puta>> por tener como follamigo al vecino de al lado", pensaba Dafne mientras observaba el cigarro consumirse en sus propias cenizas bien apoyadito en el cenicero del Real Madrid sobre el lavabo. "Me cago en todo, porqué tengo que aguantar que Juanma cobre más que yo haciendo lo mismo", se decía así misma mientras tiraba el café amargo por el sifón. "Y toda esa gente que grita como energúmenos por las calles de Madrid ondeando la bandera de la franja moradita , será porque tienen algo por lo que protestar ¿no?" y entonces se dio cuenta que, con un sueldo tan precario como el suyo, llegaba a fin de mes siempre con la soga al cuello. Se dio cuenta de que se había sacado la carrera en ocho años porque la beca no se la concedían por tres euros y se sobresaltó al darse cuenta que varias habían sido las veces que le habían estrujado el trasero a dos manos en el Metro, al igual que Juanma se ponía muy pesado con lo de sacarla a cenar porque su sueldo era mayor, claro que el "no" parecía no entenderlo el muchacho. Se dio cuenta que mostrarse indiferente ante lo que estaba ocurriendo a su alrededor no la hacía más feliz, que su ignorancia programada solo retroalimentaba la inquina social que se estaba gestando en lo que llamaban "tiempos modernos" mientras se lavaba la cara con agua del Canal de Isabel II y jabón 'olor marsella'. Y allí la vio según irguió la espalda y su rostro se dio contra el espejo. Allí estaba "la matriarca", "La María López" de la que tanto habían hablado las mujeres de su estirpe, con su puñito izquierdo en el corazón y la sonrisa de orgullo en sus labios carnosos. Sus ojos marrones y guerreros medio sollozaban y su naricilla respiraba apresuradamente por la emoción. "Ay abuela, que jodía eres, escondiéndote en el cajón más profundo" dijo Dafne al reflejo del fantasma de su espejo. "Ay abuela, si lo de hoy es sufrir, no me quiero imaginar lo que debió ser que casi te quitaran al abuelo Andrés de un disparo", declaró a "la matriarca" con el nudo en la garganta. "Ay abuela, si lo de antes era malo y al final tuviste que callarte en el exilio, a mí que me tienen retenida en ese sitio me van a oír pero bien". Y así fue como Dafne, después de entender que el físico familiar era lo de menos y que la sangre es lo que verdaderamente importa, llevó consigo a su abuela en la mente y empezó a colorear las calles de Madrid con tonalidades moradas y violetas. Y, entonces, se dio cuenta que gritar no era malo y que hacer revolución todos los días entre los cajones de su interior le sentaba muy bien, sobre todo, si leía en el Metro "España de mierda" sin ocultar las tapas blandas en papel de lunares. 

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