No en Italia |

Tengo tantos besos guardados en Florencia que han desaparecido entre sus loggias sin dueño y en Roma tantas desgracias pasadas que solo quedan ruinas sin cimientos. Si preguntas por Venecia solo encontrarás una nostalgia anegada de salitre y agua dulce, sin más respuesta que una lágrima en el Canal Grande. En Milán solo descubrirás por sentimiento una catedral inaccesible, cerrada con la llave de la ciudad que lleva mi nombre inscrito en su pétreo corazón. No te atrevas partir hasta Bolonia, no hubo nunca tanto silencio en mi interior como en sus más íntimos atardeceres medievales y menos en los seísmos constantes de Nápoles, donde mis gritos quedan amordazados contra su lastimoso cántico de sirenas. Urbino es la tumba de un castillo que un día me vio llorar y sin compasión ninguna hizo que la tristeza creciera por sus muros, arrebatando así mis ilusiones de escapar de esa sórdida esperanza de volver amar. Quizás el truco resida en cambiar de destino, en no creer en lo puramente romántico y más en lo casual. Y que el amor me encuentre entre los callejones de Inglaterra, de Turquía o de Hungría, entre las oportunidades que me puede brindar Rusia, Alemania e Irlanda. Pero no en Italia. Italia lleva parte de mi alma saturada en su memoria, en su dichosa delicia de ser la más perfecta. Porque amar no es sencillo, menos para mí. Porque amar no es sencillo, no en Italia. 

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