Impensable |

Mis padres solían leer para mí cuentos de princesa, mundos donde todo era pura magia y amor, lugares donde todo merecía la pena dentro de una realidad no muy común. Era fantástico imaginar cómo un hombre con un simple beso podía hacerte despertar de una larga letanía. Otro podía rescatarte de una torre custodiada por un dragón feroz y despiadado, mientras que el del castillo de más allá te invitaba a un baile de ensueño lleno de mujeres muertas de la envidia. El del pueblo de al lado era un chico sobresaliente porque te reconocía gracias a un simple zapato (como si tu cara no fuera suficiente) y el de la ciudad del Este por ser la más bella y hermosa del lugar te cantaba saetas arrodillado ante tu balcón y tú como una buena doncella le regalabas tus largos cabellos para que subiera a tus aposentos, aunque el final de esa historia no me la llegaron a contar nunca, no fuese a ser que me escandalizase. Poquito a poco, según fue pasando el tiempo, me di cuenta de que existían historias sobre mujeres reales y no tan reales, mujeres capaces de hacer todo aquello que las otras pobres inocentes no pudieron emprender. Recuerdo que una de ellas se vistió con la armadura de su padre anciano para impedir que fuese a la guerra, aunque la que más me fascina es aquella que domó a tres dragones-esos fieros y despiadados seres que solo podían ser asesinados por un hombre- y salvó a su pueblo del gobierno de varios tiranos. Otra historia que me entusiasmaba era la de una joven muchacha que enseñó a un huérfano a leer, escribir y comunicarse después de vivir solo con gorilas. Hubo otra aún más real que estudió medicina y evitó la propagación de numerosas pestes inguinales por la Alemania medieval, impulsora de los principios de la obstetricia y ginecología. También vivió antes de Cristo una mujer que llegó a ser faraón independiente de matrimonio con quien se disfrutó de la mejor época del Antiguo Egipto y no hizo falta que fuera Cleopatra VII, otra gran gobernante. Hay otra que fue una excelente pintora de retratos, la favorita de Felipe II. Claro que estas historias no te las enseñan de pequeña, no es propio enseñarte que una mujer fuese capaz de desnudarse retada por su esposo-rey delante de su pueblo para que este fuese liberado. Era impensable que otras decidieran luchar en la guerra por la paridad que disfrutaba su civilización vikinga. Era impensable que una mujer domara a un dragón, mucho menos que fueras una reina independiente. Era impensable pensar que no eras objeto de envidia entre las demás mujeres del baile, pero más aún que podías dedicarte al estudio del cuerpo humano. Era impensable que te vistieras de soldado para salvar a tu padre, pero más impensable era que fueras la pintora de toda una corte para que después tus cuadros pasaran a formar parte del Museo del Prado. Era más lógico que resucitaras por un beso varonil, que tuvieras un pelo tan largo que pudiera tocar la luna, que tuvieras una única talla de pie que las demás no o que suspiraras de amor por un muchacho que no conocías y que te iba a rescatar de las fauces de un dragón. Era mejor seguir contando el cuento de la mujer débil que el de la mujer independiente. Era impensable rescatar a todas aquellas reales o no que significaron un antes y un después. Era impensable inculcarnos que éramos libres. 

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