Milagro |

Hasta hace bien poquito he sentido que el amor corría por mis venas de manera ininterrumpida y rápida, como si no pudiera frenar su ritmo, su quietud y su mansedumbre. En el frío de los amaneceres de octubre y las cálidas despedidas de los atardeceres de noviembre, he sentido las mariposas en el estómago volver después de una larga ausencia, de un tiempo que sobrepasa los mismísimos límites de La Creación. Y he sentido miedo por vez primera de Dios y de Su Hijo. De Amor y  Enamoramiento. De las esperas eternas a que este síntoma tan subalterno dejara mi cuerpo en paz. Y qué tonta he sido, cuánto me he martirizado durante estos últimos días por hallar a la persona a quién pertenecían las mariposas de mis eternos amaneceres y atardeceres, tumbada en la cama y resuelta a descifrar la trama de mi penitencia mental. Y no. No había manera de encontrar al individuo propietario de mi corazón y cuánto más se alejaba su efigie más me desesperaba. Y ayer la vi, recién desnuda, con los pezones erectos por la frigidez de los azulejos, el pelo cobrizo sobre sus hombros y unos pocos pelillos excoriando la transparencia de su Fe en cada poro de su rostro. La fugaz mirada de sus ojos marrones atravesó mi Corpus de manera tácita, pero sin freno, decidida a acelerarme el pulso. Levanté un brazo y ella me imitó. Levanté el otro y volvió a seguir mi acompasada Liturgia. Di una vuelta y ella me invitó a que siguiera bailando por La Liberación. Puse la palma de mi mano sobre la suya, la punta de su nariz rozando la mía y me sobresalté: era yo. Cuánto tiempo había estado alejada de mí, me pregunté y la respuesta fue sencilla: desde que creíste todas y cada una de las mentiras que imputaron sobre tu identidad, que eran Bien cuando eran Mal. No vuelvas a hundirte, no ahora, me dijo. Me besó. Desapareció entre el vaho adherido al espejo y la voz metafísica de mi madre me devolvió a la realidad, “métete en la ducha que el agua sale ya caliente”. Y la puse fría. Y me metí. Y se calmó la fogosidad que aquel Ángel despertó en mí. Y lo comprendí, que ya no soy víctima, que soy libre. El amor propio se hizo discípulo de cada gota que acariciaba mi ser eterno como una bendita Anunciación de un futuro inmediato, donde nacerá de mi carne Gloria Eterna. Y qué bonito sentirse querida por ti después de tanto tiempo. Qué jodidamente bonito volver a ser yo la protagonista de mi corazón, de mi Espíritu. Qué bien sientan los milagros que no se imploran. El único pecado que cometió Eva fue creerse las estupideces de Adán y eso no retornaría jamás. Lo supe, no solo ahora, siempre. 

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